Domingo XVI Ordinario – Ciclo A (Mateo 13, 24-43) –
23 de julio de 2017
Monseñor Alberto Giraldo Jaramillo, Arzobispo
emérito de Medellín, recordando el documento de Puebla, a propósito del
conflicto que hemos vivido en nuestro país y del cual vamos saliendo poco a
poco, decía en una entrevista: “la línea divisoria entre el bien y el mal pasa
por el corazón de cada uno. No podemos decir: ustedes son los malos, nosotros
los buenos”. Muy fácilmente, en medio de los conflictos humanos, tomamos
posición y señalamos a los demás como los malos, sintiéndonos nosotros libres
de toda culpa y como voceros de los ‘buenos’. Esto no sólo pasa en el ámbito
sociopolítico, sino también en las relaciones cotidianas, corriendo el peligro
de pensar que los problemas se solucionan desapareciendo al que piensa
diferente. Desde luego, esta es una falacia de la que despertamos tan pronto
eliminamos al primer ‘contrario’, porque más nos demoramos en hacerlo, que en
surgir uno nuevo, mejorado.
La contradicción
está sembrada en el corazón de nuestra propia existencia. Heráclito (ca.
540-480 a.C.), filósofo griego solía decir: “Pólemos, la guerra, es el
padre de todas las cosas”. Y también afirmaba: “El camino de subida y de bajada
es uno solo y el mismo”, queriendo recoger la percepción que él tenía de la
realidad, en la cual están siempre presente los contrarios... Nuestra vida no
es muy distinta. También en nosotros viven enfrentados el bien y el mal, y
querer negarlo o eliminar totalmente la raíz de lo negativo, es muy arriesgado,
porque se puede dañar también lo bueno.
Esto es,
precisamente, lo que señala Jesús en la parábola del trigo y la cizaña. Dentro
de cada uno de nosotros habitan fuerzas contrarias y vivimos, permanentemente,
movidos por lo que san Ignacio de Loyola llama, el Buen Espíritu y el enemigo
de natura humana. Por eso es muy importante discernir
constantemente las mociones (los movimientos) interiores, que pueden
manifestarse como pensamientos, sentimientos o sensaciones que tenemos frente a
los acontecimientos cotidianos de nuestra vida.
Podríamos decir
que el Reino de los cielos se parece a una madre de familia que le sirve a sus
tres hijos un suculento plato de bocachico (pescado de los ríos de Colombia que
tiene la característica de tener muchas espinas) para el almuerzo. El primer
hijo opta por escarbar un poco el pescado y comerse sólo lo pulpito por miedo a
las espinas. El segundo hijo, se come el pescado sin mucho cuidado y se
atraganta con las espinas hasta que le tienen que dar un pedazo de yuca o de
papa para que no se ahogue. Y el tercero, pacientemente, va masticando con cuidado
cada bocado y va sacando a un lado las espinas, hasta que termina de comerse el
delicioso bocachico que su mamá le ofreció.
En nuestra vida
podemos tener una de estas tres actitudes. O esquivar siempre los obstáculos
por miedo a las espinas; o comernos todo sin darnos cuenta de lo que nos puede
hacer daño; o, finalmente, saborearla y degustar toda su riqueza, seleccionando
bien cada bocado, para quedarnos con lo bueno, con lo nutritivo, con lo que nos
alimenta, sin despreciar nada de lo que Dios nos brinda con amor, pero sin
tragarnos el veneno y la cizaña que no se pueden eliminar completamente de
nuestra vida.
Hermann
Rodríguez Osorio, S.J.
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